EL JUEGO DE LA VIDA
EL JUEGO DE LA VIDA
Richard Joo Díaz ha roto paradigmas médicos. Logró ponerse de pie luego de sobrevivir a la hidrocefalia y al cáncer. Esta es su historia.
El niño que se ha enamorado del fútbol está en una cancha. Juega un partido de campeonato para la academia del club Universitario de Deportes. Tiene nueve años y su nombre es Richard Joo Díaz. Es noviembre de 2014. Él, a quien han puesto en la defensa, de pronto empieza a dejar pasar las pelotas que se ponen en frente. Llegan los goles contra su equipo.
Su entrenador reniega desde fuera de la cancha: “¿Qué pasa?”, le dice; pero él no sabe qué responder. Cuando termina el partido, su madre, Salomé Díaz, intenta consolarlo. Sin embargo, a ello, el niño responde: “No me puedo concentrar. Me duele mucho la cabeza”.
Ese fue el día en que Richard empezó a jugarse uno de los partidos clínicos más arduos de su vida, uno que ha durado poco más de cuatro años hasta la fecha y ha tenido más de una falta. En un primer momento, los doctores justificaban sus dolores por el estrés, por el ritmo de vida que llevaba: salía del colegio en San Borja y se iba como un vendaval hasta el estadio Monumental, en Ate, para sus entrenamientos de fútbol, y por la tarde regresaba a su casa en San Isidro para hacer las tareas. Pensaron que solo era estrés, pero se equivocaron. El mal tenía otro nombre.
Veinte días después del partido, el dolor ya era insoportable y su mamá, preocupada por verlo llorar, no vio otra opción que llevarlo a hacerse un análisis completo. Las noticias no resultaron buenas. Luego de una tomografía, una doctora recomendó que Richard debería ver a un neurólogo. Él lo confirmó: el niño había generado una hidrocefalia y de esta había devenido un tumor en el cerebelo, el culpable de su dolor y desconcentración. “Hay que operarlo ya”, recomendó. Así se hizo. Tras la operación, Richard salió del quirófano y pasó a la Unidad de Cuidados Intensivos. Todo pareció ser un éxito.
En un primer momento, los doctores justificaban sus dolores por el estrés, por el ritmo de vida que llevaba.
Pero ni sus padres ni el doctor pudieron explicarse por qué, a la mañana siguiente, dejó de responder cualquier estímulo. El niño que pasaba la mayor parte de su tiempo libre corriendo en una cancha ahora estaba completamente inmóvil: atrapado dentro de su cuerpo. Luego de un par de meses, y aún en ese estado, lo sometieron a radioterapias y luego a las quimios para erradicar el cáncer meduloblastoma que había generado.
Inclusive, sus padres le pagaron a un doctor para que viniera de Estados Unidos a ver la situación de su hijo, como parte de un protocolo al cual lo habían inscrito. Aquel médico y su diagnóstico, que hoy la familia Joo Díaz recuerda con cierta gracia, en el momento les trajo a bajo las esperanzas: “Su hijo solo podrá recuperar el 20% del movimiento”, diría. Tanto, quizá, como para mover una mano. Y nada más. Fue quizá la resistencia de los padres a creer eso lo que los llevó a seguir buscando soluciones.
Tiempo después, supieron que aquel médico estuvo equivocado. Los únicos movimientos que Richard hacía se daban cuando se molestaba, cuando sentía a los doctores acercarse para su terapia en cuidados intensivos, y, por las noches, cuando dormía. Se decía que estos eran reflejos involuntarios. Pero al ver una de estas reacciones, una terapeuta les dijo a los padres que, con arduo trabajo de rehabilitación, él lograría moverse. “Olvídese de todo lo que le han dicho los médicos, señora, que lo que toca ahora es trabajo de terapistas”.
Una noche de Semana Santa, cuando Richard estaba a solas con su mamá, ella le hizo un pedido: si me oyes, por favor, dímelo. Él movió la cabeza. “Ese fue el despegue”, recuerdan sus padres. De allí vinieron los primeros movimientos, las primeras patadas en la noche, el abandono de los pañales y el retorno a la ropa interior, la capacidad de volver a masticar por su cuenta, de pronunciar sus primeras palabras, llevarse una cuchara a la boca, y luego pararse de la cama para volver al colegio. Richard Joo empezó a caminar en 2016, dos años después de que lo diagnosticaran y uno después de que le dijeran que solo llegaría a controlar su cuerpo parcialmente.
Cheng empezó a caminar en 2016, dos años después de que lo diagnosticaran.
Tan favorecedor fue su avance que sus terapistas, los licenciados Julio Medina y Pedro Alcántara, del Centro Especializado Chacarilla, Medicina Física y Rehabilitación, se han quedado impresionados. “Nuestro paciente llegó a Chacarilla luego del diagnóstico de un tumor cerebral maligno en la base del cerebelo detectado a los 10 años de edad. Al terminar el proceso de operaciones y quimioterapias, le indicaron que con terapia física solo se recuperaría en un 20% de su movilidad; pero gracias al trabajo multidisciplinario de nuestros licenciados y doctores ya llegó a un 80% de su recuperación, y sigue evolucionando favorablemente cada día”, indica la doctora Diana Flores, Gerente General de Chacarilla Medicina Física y Rehabilitación. Hoy, Richard camina, asiste a sus terapias, mantiene en grado cero el cáncer del que sufría, cursa tercero de secundaria y sueña con ser diseñador gráfico profesional. Hace poco más de un mes, celebró su cumpleaños 15. También celebró la vida.