VIVIR PARA CONTARLA
Darío Benavides cayó desde el techo de un edificio de cuatro pisos y, milagrosamente, sobrevivió al impacto. Esta es su historia, y la del grupo de médicos que -contra todo pronóstico- le salvó la vida.
Era el mediodía del lunes 21 de agosto de 2017. Un día más de trabajo para el mecánico de mantenimiento Darío Benavides Aroni (48), que supervisaba la instalación de un sistema de agua en el techo de un edificio. Como cada mañana, Darío saludó a sus compañeros -sumidos en la labor de la instalación-, se aseguró que el proceso se desarrollaba de acuerdo a los protocolos, y se dispuso bajar por una escalera ubicada a pocos metros. Dio cuatro o cinco pasos, y al pisar por última vez sintió como el suelo cedía ante sus 60 kilos de peso. Abruptamente, Darío perdió la conciencia. Todo se volvió oscuro.
Cayó desde 12 metros de altura, luego de apoyarse sobre una plancha transparente de polipropolipeno, un plástico traslúcido y sumamente liviano. Demoró un segundo y medio en un recorrido que para la mayoría de personas hubiera significado una muerte instantánea; tiempo suficiente para que el cuerpo de Darío girara por inercia y colisionara con el concreto de costado, apoyado sobre su brazo y cadera. “Todos pensaron que el impacto había sido mortal. Incluso llamaron a mi esposa y ella, al saber la altura de mi caída, asumió que no resistiría y se encomendó a Dios”, explica Benavides.
VOLVER A VIVIR
Durante cuatro días, Darío permaneció inconsciente en la sala de cuidados intensivos de la Clínica San Pablo Surco. Durante este tiempo, en el que Darío no recuerda nada, fue intervenido quirúrgicamente para controlar varias hemorragias y lesiones internas. Al despertar, Benavides Aroni no entendía nada; apenas y recordaba el momento previo al accidente. Tuvo que tocar con los dedos la cicatriz en su pecho y sentir el agudo dolor en su brazo derecho y su cadera, para recién caer en cuenta la gravedad de su situación y entender el inmenso reto que tenía por delante. A las pocas horas de despertar, tuvo que ser nuevamente intervenido quirúrgicamente para tratar una fractura total del húmero en el brazo. Y aunque todo parecía indicar que el problema de su cadera también requeriría de una operación, los médicos que lo atendieron en la Clínica San Pablo decidieron, luego de analizar todas las posibilidades, que lo más conveniente era tratar la lesión sin necesidad de operar. Hoy, meses después de lo ocurrido y ya en la recta final de su recuperación, Darío no siente más dolor en la cadera.
Al recordar esos días confusos –el accidente, los días postrado en una cama, el dolor punzante en el brazo y la cadera– los pequeños ojos de Darío Benavides se tornan vidriosos y pequeños. Mira al cielo continuamente, como poniendo a Dios de testigo de todo lo que cuenta. “Vivir una situación así te hace reflexionar. Uno agradece a Dios por mantenerte con vida. Pero también a la clínica, a los médicos que me salvaron y a mis amigos y compañeros de trabajo, que me apoyaron durante todo este tiempo. Si algo me ha enseñado esta experiencia, ha sido volverme un hombre más agradecido y compasivo. Aprender a ponerme en la situación del otro e intentar hacerle la vida más fácil a las personas que quieres”, cuenta Darío desde el departamento de terapia física y rehabilitación de la Clínica San Pablo Surco.
Cindy Martínez, terapista médica encargada de atender y monitorear la rehabilitación de Darío en la Clínica San Pablo Surco, cuenta de su increíble progreso. “Darío estuvo dos meses internado en la clínica, y desde entonces asiste a terapia de rehabilitación física. Luego de casi 40 sesiones haciendo diversos ejercicios de movilidad, fuerza y musculación, hoy podemos decir que su progreso es del 70%, algo increíble si se piensa en la gravedad del accidente que sufrió hace menos de un año”.
Darío sonríe, y posa para las fotos levantando pesas y pelotas, simulando los ejercicios que practica tres veces por semana. Dice que no es de hablar demasiado, que se siente cada día más fuerte, pero que ha aprendido a tener paciencia y a esperar que el tiempo transcurra para sentirse totalmente recuperado. De momento, los doctores le han prohibido cualquier trabajo que implique un esfuerzo físico prolongado, pero ello no lo ha amilanado. Como todo hombre que ha vuelto a la vida, lo que menos le da miedo es volver a comenzar; por ello, ha iniciado estudios en computación para poder desenvolver otras tareas en la empresa donde labora, la misma que continúa apoyándolo y de la cual se siente eternamente agradecido.